Puff!! Un cumpleaños no es cualquier cosa, y menos cuando éste cae en Sábado.
Por un lado es genial, lo puedes alargar en plan fiestas de Pueblo o boda gitana, pero por otro es un no parar de acontecimientos, citas, familia, amigos y comida, más comida, más comida y... mucha más comida.
Ante todo y como hecho imprescindible, está la fiesta de celebración. Desde pequeño y debido a distintas circunstancias, mis fiestas de cumpleaños siempre han sido monumentales. Cuando yo nací, mis padres aún no tenían casa propia y vivíamos en casa de mis abuelos, por lo que mi nacimiento fue un show familiar, una habitación llena de tíos, primos y amigos de la familia, que no paraban de llegar. El mismo día de mi alumbramiento, uno de mis tíos estaba en el hospital (el mismo hospital) por un accidente de coche, y toda mi familia por parte de padre estaba en el jardincito, tomando el aire con él. Al aparecer mi padre y dar la noticia, todos echaron a correr y dejaron a mi tío mal herido en el banco, perdiendo el protagonismo que la dolencia le otorgaba (años más tarde, su hija, mi prima Susana, le dio la revancha a mi tío, casándose el 17 de Septiembre, haciéndome perder el protagonismo que el nacimiento me otorgó a mí. Como siempre dicen, la venganza es un plato que se sirve frío). El caso es que mi nacimiento siempre ha sido un acontecimiento de multitudes, aunque sea en una boda.
Cuando por fin mis padres adquirieron una casa, mis cumpleaños eran por todo lo alto: sanwiches, medias noches de espárragos, patatas, tartas de dos tipos (chocolate y manzana, ya que mi madre es cocinera), la canción del cumpleaños del disco azul de Parchís y una piñata enorme llena de caramelos, juguetitos de cinco pesetas (mini armónicas, paracaidistas de plástico y trompetitas) y mucho confeti. Y aprovechando que estábamos todos los primos, que más o menos éramos de la misma edad, hacíamos desfile de modelos, jugábamos a las tinieblas, sacábamos todos los juguetes... Vamos, la fiesta padre.
Esto, sienta un precedente para mis fiestas, como no podría ser de otra manera. Así, en ellas no puede faltar:
- Mucha gente: Ahora no vivo en un piso diáfano, sin muebles, y sencillito de limpiar, sino en uno compartido con tres personas más, lleno de las cosas de cada uno, por lo que intento controlarme en este tema, pero me suele pasar que voy invitando, invitando e invitando y cuando quiero darme cuenta, me he pasado. Este año han sido veintitrés personas, cuatro de ellos con sus hijos (una monada de peques, por cierto), su carrito, su cambio de pañal y su guarrazo contra el suelo (Víctor no controla aún sus movimientos, y nos hizo una "cucamonada drástica", que a su padre le dolió más que a él. Por si alguien está sufriendo por el pobre V., se olvidó del percance en cuanto se enganchó al pecho de su madre). Finalmente, no llegó la sangre al río (expresión en honor a Víctor), ya que mis amigos se distribuyeron muy bien en el espacio y el tiempo, esparciéndose perfectamente por todas las habitaciones habilitadas para el evento, y alternándose en las llegadas y salidas de la casa. Si es que tengo unos amigos!!!
- Comida: Ante todo y sobre todo: MEDIAS NOCHES DE ESPÁRRAGOS. Este año, fíjate, pensé en no ponerlas, pero justo mi amiga Sally Pepper, mientras le contaba el menú (ya que es una excelente crítica gastronómica) me pregunta con cara de susto (pero susto crucial, de este de a vida o muerte): ¿Y las medias noches de espárragos? Y el anciano tradicionalista que llevo dentro me dice: "¿Ves, Joven Ombligo? Cosas hay que cambiar no puedes, te lo piden, las tradiciones seguir debes". Así que con mi cara de ¡HOMBRE POR FAVOR, PERO QUÉ COSAS TIENES!, le juro y le perjuro que eso no podría faltar nunca en mi cumpleaños.
Pero como en mi fiesta, lo suyo es comer y que nadie se quede con hambre, y no sólo de espárragos viven mis amigos, pongo a mi compañera de piso a hacer humus y guacamole, a mi novio a hacer bizcochos y a mi madre a hacer tortillas (¿he dicho ya que es cocinera?). ¿Cada plato encargado y elegido al azar? ¡HOMBRE POR FAVOR, PERO QUÉ COSAS TIENES! (Sí, la misma cara de antes) Ni mucho menos amiguitas y amiguitos, el mejor humus y guacamole que podáis imaginar lo hace mi compi La Tole. No digo más, que después de haber tomado la tarta, la gente seguía comiendo humus (ahí, con todo tu ajo y tu todo). Los bizcochos del Sr. Rilova son deliciosos, y los necesitaba para deleitar a los compañeros del trabajo y a los peques. Sólo decir que los moldes quedaron inmaculados. Y las tortillas, qué decir de las tortillas, creo que a algunos les pude ver soltando lagrimitas de felicidad, mientras masticaban la mezcla de huevo, patata y cebolla. No es porque sea mi madre, pero mucha gente me lo ha dicho, que son las mejores ( ya sabéis... Es cocinera).
- Regalos: No se por qué, pero en mi fiesta siempre ha habido regalos para los invitados. Muñecos paracaidistas, vídeos de invitación personalizados, broches de fieltro, muñecas troqueladas... Y este año... Muñecos montables troquelados. Una monada, con su sobre a juego con las instrucciones y todo (ver imagen adjunta). Quizá esto lo hago para dejar huella. Que quede un recuerdo tangible de ese día, en el que mis amigos y familiares me acompañaron y me hicieron sentir acompañado y querido, así como lo hacen cada vez que estamos juntos, y darles las gracias por un año más ahí... O quizá en el fondo sea puro egoismo y lo haga para que quieran venir al año que viene y no me dejen tirado y triste en un día tan señalado... ¡Puro marketing!
- Y, ¿cómo no?, Parchís: Este año, no lo he puesto en la fiesta, pero no ha faltado en mi día. Mientras los peques entraban en clase, puse mi canción festiva. Los cuatro chicos de los colores y y el pequeñajo del dado, me acompañaron en el inicio de mi jornada. Nada más empezar a sonar, me invaden recuerdos, todos los que he contado y muchísimos más, pero sobre todo, el recuerdo de un niño feliz, que mira un disco azul dar vueltas y que está muy contento, porque es su cumpleaños.
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