Un
hombre con un paraguas espera inmóvil bajo la lluvia. La gente que pasa no
le presta atención, sumidos en sus pensamientos lejanos, sus planes de aventura
o sus recetas para el día a día. El resto de paraguas abiertos ayudan a no
mirar lo que ocurre al rededor, sumado a que cuando llueve, las ciudades se
aceleran. Tanto se aceleran, que la gente corre mucho, resbala y cae. Las
carreteras se atascan, los metros se paran y hasta en ocasiones se va la luz.
Sin embargo hoy, un hombre con un paraguas espera inmóvil bajo la lluvia.
¿Qué
le ocurre? ¿A quién aguarda? ¿Acaso inventa lo que alguien con un paraguas
piensa?
Quizá
recuerde su tierna infancia. Aquellos padres encantadores que se
desvivieron para darle una vida alegre, lo mejor en cada momento y agradables
recuerdos de niño. Sus desvergonzados hermanos que tanto le
espabilaron con cuentos, historias de miedo, aventuras de pueblo o aguadillas
de piscina. Sus abuelos y las cosquillas, sus tíos y las excursiones, sus
primos y el secreto de quién son los Reyes o los hamsters rubios que sin querer
un día se aplastaron en un libro. Quizá esto último es lo que ahora le hace
esbozar una sonrisa.
Puede
que espere a quien tanto quiere. Esa persona que un día de lluvia, hace ya
mucho tiempo, se fijó en él a través de los paraguas abiertos y las prisas
húmedas de la ciudad. Ese ser que con paciencia y sonrisas se abrió paso entre
sus capas invisibles, las que un día tejió para defenderse de los
desconocidos y no mojarse. Tal vez espera a quien ama sobre todas las cosas, el
que cada batalla afronta con una sonrisa, la que abraza las alegrías para que
no se vayan y duren más, quien llegó por sorpresa y sin desearlo, para con el
tiempo ser la piedra angular de su vida. Será por eso que coge aire y respira
hondo, para después mirar su reloj.
Desvía
la mirada y observa el cielo. Sus ojos buscan entre las nubes, como el anciano
busca entre los trastos ancestrales de su viejo baúl. Piensa en lo que pudo y
no fue, lo que dejó atrás y no hizo, el tren que vio pasar, el beso que
no dio, la palabra que no dijo, la flecha que no lanzó y que ya, por
suerte o por desgracia, no volverá atrás. Cómo habría cambiado su vida... Cómo
habrían cambiado las de los demás... De no haber sido así no sería este hombre
con un paraguas inmóvil bajo la lluvia. De nuevo sonríe, pero esta vez sus ojos
se empañan.
Entonces
mira el paraguas. Tranquilo. Sereno. La mano que descansaba en el bolsillo se
pone en marcha, y entre ella y su hermana lo cierran. Justo en el momento en
que la lluvia comienza a caer sobre él, sus ojos quiebran y las
lágrimas se derraman por sus carrillos. Pero nadie lo ve, ahora es la
aguacero el que le tapa. Rompe su estado de quietud y comienza a caminar calle
abajo, dejando que el agua de la tormenta lo empape, permitiéndose que la
tormenta de su interior lo inunde, porque en medio de la ciudad nadie le ve,
pues se refugia en la multitud de paraguas abiertos y de gente que corre,
resbala y cae.
Creo que este comentario era para otra entrada, no? XD
ResponderEliminar