Llevo ya unas cuantas entradas en las que hago mención a mi trabajo y a los protagonistas del mismo, y quizá dé la sensación de que los entrenadores de orcos somos unos seres odiosos, asqueados de lo que hacemos, que no pueden ver a los niños.
Bueno, os voy a contar mi vida. Tengo una madre a la que le encantan los infantes y se le da de rechupete el trato y manejo de los mismos. Por suerte o por desgracia, mi hermana y yo hemos heredado dicho don, por lo que nos es muy sencillo relacionarnos con los niños, y comprender fácilmente que les pasa por la cabeza. Debido a esto, sería de tontos por parte de la Sra. Otis (apodo que decido en este instante poner a mi hermana) y mía no dedicarnos a la educación de las futuras generaciones en los primeros años de edad (ella de 0 a 3, yo de 3 a 6). Hasta aquí todo bien.
Pero, ¿qué pasa si tampoco es que te encanten? Cuando iba a la facultad, recuerdo a mis compañeras todas encantadas de ir a clase, con sus carpetas forradas de bebés, recortados de revistas de pre-mamá, mientras mi grupo de compañeras y yo nos saltábamos algunas clases y jugábamos al mús como todo universitario que se precie. De hecho, íbamos a jugar al mús a la cafetería de Magisterio de Educación Física, porque tenía piscina cubierta y podíamos intercalar cuerpazos nadadores (que esos sí que eran para tenerlos en las carpetas) con órdagos y envites. Fue en este momento cuando mi vocación por la educación comenzó a tambalearse.
Después llegó mi época como monitor, en la que me gustaba organizar los campamentos, preparar juegos, crear dinámicas, era un experto en canciones y animación de actividades nocturnas... Ahora, lo que de verdad me gustaba era el ratito que teníamos los monitores para nostros por las noches, después de las evaluaciones, conociendo a gente nueva, haciendo un poco el cabra... De nuevo las dudas existenciales acerca de lo que estaba estudiando y en lo que se suponía que quería invertir, al menos, parte de mi vida.
Y después llegó el colegio. Programaciones, evaluaciones, actividades, claustros (aunque en nuestro centro son un poco vaguetes y sólo hacen uno o dos al año), a la vez que en verano coordinaba campamentos. Recuerdo que en una visita para llevar material a uno de mis grupos de monitores, en mitad de una conversación acerca de los niños, dije algo así como...
- Pues a mí, cuanto más trabajo con peques, menos me gustan y menos ganas tengo de ser padre.
¡Alanis mía! Todos se apartaron de mi lado dejando espacio, como si hubiese confesado tener la peor de las enfermedades víricas más fáciles de contagiar. Y después, silencio incómodo... toses... y poco a poco fueron desapareciendo de la sala, dejándome solo colocando el material.
Quizá ellos no lo entendieron, y no quisieron indagar por si les envenenaba con mi "Hechizo Herodes", pero es un trabajo muy cansado, y cuando sales, seguir tratando con niños cada vez me apetece menos. Llegar a un restaurante y que en la mesa de al lado haya unos niños jugando, o gritando, o llorando, o tirándose cosas entre ellos, cuando te pasas el día en el COLE con 21 orquitos jugando, gritando, llorando y tirándose cosas entre ellos, la verdad que no. Seguro que a los ginecólogos y los urólogos les pasa lo mismo cuando les dicen de ir a una playa nudista, y no por eso les harán corrillo y les dejarán solos colocando sus cachivaches de reconocimiento.
Poco a poco y con la experiencia, me he dado cuenta de que estoy en el camino correcto. Lo que a mí me gusta en realidad no son los niños, sino la EDUCACIÓN. Y esto creo que es algo fundamental. Los infantes están creciendo y sorprende la cantidad de estrategias que utilizan para desarrollarse y conseguir sus objetivos. Prueban con una y si no funciona buscan otra. Por norma general, e imagino que está en nuestra naturaleza inicial de orco, las primeras estrategias suelen ser violentas, retorcidas e impactantes y si no eres frío y te mantienes al margen de lo mucho que te puedan gustar o no los peques, si no fijas tu objetivo en la EDUCACIÓN, los alevines pueden llegar a dominarte y hacerte la vida imposible. Suena fuerte, pero es cierto, y no es bueno para nosotros, ni para sus Pokemon, ni para la sociedad actual o futura. Porque nuestra función no es que nos gusten los niños, sólo, sino educarles para que dejen de ser orcos y empiecen a ser personas (Que algún maestro no se percató de esto y mira en lo que se ha convertido Mariano Rajoy, todo un Uruk Hai).
Aun así, hablando con mi compañera en la doma del orco, Argominable, hay trabajos mucho peores y que desde luego no nos gustaría tener que hacer, porque en éste cantamos, pensamos, nos escuchamos, nos reímos, vemos como van creciendo los renacuajos, inventamos, nos hacen dibujos, nos dan besos espontáneos y por sorpresa, actuamos, creamos, contamos cuentos, nos gastamos bromas y recibimos piropos tan bonitos como: ¡Eres tan divertido como un parque de atracciones!
Por todo esto y más, trabajar con orcos me gusta... Aunque a veces haga ver que no... ¡Y juraré no haber dicho esto!
Y recordad siempre, que el melón por la noche mata.
Tú tienes que ser un profe estupendo!! ^__^
ResponderEliminarHola Xisca! Mil gracias por comentar!
ResponderEliminarEn realidad, es puro egoísmo, porque si consigo que evolucionen a persona y dejen de ser orcos, el trabajo es más fácil ;)
Un beso gordo.
Tienes toda la razón, yo estudio derecho y cada día me veo más tentado a violar las leyes...
ResponderEliminarDicho lo cual he decidido firmar como anónimo.
##tu pan con tomate##
Ay, mi pan con tumaca! Siempre vi en ti un foragido adorable! XD
ResponderEliminar