sábado, 25 de septiembre de 2010

La Astróloga

Ayer cerré la puerta y salí corriendo, con todo lo que me pedía la extraña carta guardado en una bolsa, que había comprado hacía ya un año a unos gigantes.
Mientras caminaba no sabía muy bien si había terminado todo lo que estaba haciendo aquella mañana, pero al mirar el sol y ver que el momento se me echaba encima, no pude pensar en nada más. En mi cabeza sólo resonaba la frase que había leído mil veces: "Al caer la tarde, junto al Palacio de Hielo".

Como sé que es costumbre en mí llegar tarde allá donde fuere, y en el mensaje especificaba claramente que sin puntualidad no podría recibir mi regalo, intenté ser exacto y meticuloso en lo referente al tiempo esta vez, corriendo y no pensando en nada más. Así que si algo quedaba olvidado atrás, esperaba que tanto Blosky, como Sofana, o como Asfodelo (las tres "cosas" con las que comparto el árbol milenario en el que vivo), se hicieran cargo de ello.
Además, para llegar al Palacio de Hielo tendría que conseguir atrapar algún topo que me llevase a regañadientes bajo tierra hasta aquella zona, algo alejada de mi tranquilo bosque.
Puede parecer algo bobo, pues cazar un topo para mí, el Señor Ombligo, es sencillo, como lo podría ser para cualquier otro, lo realmente complicado es conseguir que avancen rápido (ya que estos seres son perezosos), que no se frenen a comer cualquier raíz (pues aunque no tengan hambre, nunca pierden la oportunidad de comer algo que les guste), o que la presencia de otro topo no le excite e intenten montarse una pequeña fiesta (ya que, por todos es conocida la repugnante lívido de los topos, lo asqueroso que puede llegar a ser su cópula, con todo ese babeo y la secreción de líquidos y los estridentes chillidos y sus forcejeos y.... ¡Realmente asqueroso!). Sin embargo, cuando consigues centrar su atención, es la forma más veloz de viajar por toda la región, para un elfo como yo.
No tardé en encontrar uno y rápidos nos dirigimos hacia el palacio, pero como era de esperar una deliciosa raíz de arce se cruzó en el camino de mi montura y tuve que buscar un nuevo transporte. Finalmente, tras dos topos más (uno de ellos muy lento, por lo que podéis imaginar por qué fueron dos) conseguí llegar a la puerta del Palacio de Hielo.

Al mirar la entrada al edificio, algo me extrañó. Había estado en aquel lugar al menos un par de veces, y no recordaba que justo allí hubiese cinco árboles. Los sacerdotes y clérigos del palacio del Gigante de Hielo son muy estrictos con la idea del frío y lo helado, y poseen un gran gusto para la decoración y el estilismo de exteriores, por lo que aquellos árboles eran demasiado verdes para satisfacer sus polares gustos y no tenían ningún sentido estético allí en medio. Fue entonces cuando todo empezó a cuadrar mi cabeza.

- ¡Malditas dríades embusteras! Dad la cara de una vez, os conozco cada vez mejor y las grietas de vuestros árboles cada vez tienen menos secretos para mí -dije sonriendo.

Y por arte de birli birloque, aquellos árboles se retorcieron y mostraron sus verdaderas caras, las de las cinco dríades que más aprecio, y que más me gusta ver a diario: Sofana (una de las "cosas" con las que comparto el árbol en el que vivo), Akela, Tutsy, Atlanta y Sayida.

- ¡Sólo vosotras podíais estar detrás de esto!
- ¿Sabes para qué estás aquí? - Preguntó Atlanta - ¿Y has traído todo lo que te pedimos en la carta?

En la carta que había recibido la semana anterior me explicaban que para obtener mi regalo de cumpleaños, debía encontrarme al caer la tarde junto al Palacio de Hielo, y llevar conmigo, un gorro, guantes, abrigo, buen calzado y un huevo duro. Imaginé que lo del huevo duro era para despistar, pero quedando en el Palacio de Hielo, trayendo estas cosas y sabiendo lo que se hace en dicho palacio...

- Imagino que habéis conseguido entradas para probar uno de los maravillosos helados de sabores de nueva creación del Gigante Ymir.

Todas rieron, y no entendía muy bien, por qué. Entonces Sayida levantó el dedo apuntando hacia lo que tenía a mi espalada. Y al mirar la vi. ¡Una astróloga!
Siempre pensé que las astrólogas eran gente de lo más desquiciada, vistiendo desaliñadas, con las gafas torcidas, y el pelo enmarañando, más preocupadas de mirar al cielo que de ver lo que tienen delante. Pero por lo que tenía ante mí, me di cuenta de que estaba equivocado. Una mujer normal, con unas gafas triangulares de lo más llamativas, el pelo negro rizado a media melena, limpio y bien peinado, con una toga no muy larga, que hondeaba por abajo, de color caqui liso, y una torera negra ajustando su figura, abrochada bajo el pecho. Si algo hacía aquella astróloga, era cuidar de su imagen además de mirar a las estrellas.

-Así que el Virgo con ascendente Sagitario eres tú, Señor Ombligo. Las dríades que tanto aprecias me han pedido que lea tus estrellas, así que sígueme -. Comenzó a caminar hacia una arboleda, y he de confesar que a mí me dio miedo. ¿Y si me dice algo malo? ¿Y si me dice algo bueno? ¿Y si me dice que soy un simple y que ya he alcanzado todas las metas posibles para mi vida? Miré al grupo de dríades, quienes con gestos me decían que la siguiese. Al ver que lo único que me faltaba era llorar o hacerme pis encima, Atlanta y Sayida se adelantaron, y cogiéndome en volandas, cada una por un brazo, me llevaron hasta el claro en la arboleda donde se había sentado la Astróloga.

- Tienes un gran don. Tienes capacidad para influir, para manipular y para transformar. Eres encantador, agradable y así como la popularidad en tu entorno es natural en ti, también te sigue de cerca la polémica. Sabes lo que decir en el momento adecuado con las palabras adecuadas a los seres adecuados, por lo que del mismo modo sabes cómo dar en el lugar que más duele. Pero sobre todo, estás aquí para cambiar e influir en la vida de los demás - La Astróloga me debió ver la cara de pánico, así que suavemente se acercó y puso su mano sobre mi hombro -. Tú sabes que tu nacimiento fue un caso especial, que a pesar de no estar escrito, los hados quisieron que tú estuvieses aquí, precisamente en el momento en el que estás. Si eso ha sido así, es porque tienes grandes cosas que hacer - sacó un pergamino y me lo enseñó, en él había gráficos, fórmulas, símbolos y durante resto de la tarde, me contó lo que ocurriría durante el siguiente año. Poco a poco me fui relajando, y cada vez me iba sorprendiendo más. ¿Cómo podía ser que aquella mujer me contase cosas de mí de una manera tan clara, a un nivel tan profundo?

Cuando ya se ocultó el sol, y la luna comenzó a brillar con una preciosa luz amarilla, dejando que una furtiva nube rozase su redonda silueta, la Astróloga recogió el pergamino y lo extendió hacia mí para que lo cogiese.

-Todo lo que te he dicho, es lo que hay, lo que va a estar, en tu mano queda que lo aproveches o que lo dejes pasar. Pero ten cuidado, pues los planetas están en ti alineados para que los uses, en caso de que no lo hagas tú pueden volverse en tu contra y que los demás los utilicen para dañarte.

Y dicho esto me abrazó, se despidió de Atlanta y Sayida agachando la cabeza y cuando se iba a girar para marcharse, levantó el dedo como si se le hubiese olvidado decirme algo.

- Tienes una gran capacidad creadora, que no puede quedarse en ilusiones. Intenta hacerla real, plasmarla, canalizarla o puede que algún día la fantasía se adueñe de tu realidad.

Es por esto que, tras abrazar a mis amigas las dríades y agradecerles el regalo (a las cinco), decidí comenzar a escribir de nuevo, empezar a plasmar mis pensamientos, mis vivencias y fantasías a través de este diario.
Así que espero que tengas suficientes hojas, porque aquí voy.

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