martes, 30 de octubre de 2012

Princesas de Barrio: La Yoli

¿Que si conozco a la Yoli? Mira mejor ni la nombres, porque la tengo atravesá. Éramos íntimas de canis. Desde los parvulitos hemos estao juntas. La primaria, la secundaria y el PCPI de estética, y siempre como uña y carne. Ahora, se cruzó el Richi en nuestras vidas y la piva cambió radical.

Ni me contestaba a los mensajes, ni me devolvía las perdidas... To´l día colgá del Richi. ¡La mierrrda el Richi! Si es un porrero flipao, que va to´l día puesto de tó. Droga que le ofrecen, pedo que se pilla. Es que no le hace ascos a ná. Si un día no tiene pasta, se bebe los charcos, el jodío. Y no se pierde un sarao. To a costa de la Yoli claro, aunque con su sueldo de cajera, yo no se...

Además la mema cambió mogollón. La gente que tenemos en común no me cuenta na bueno de ella. Pues no va la muy guarra un día, y se mea encima. Como te lo estoy contando. La Vane, que es muy amiga mía y la conoce, estaba un día en la Fabrik, y la vio. Se acercó a saludarla y la Yoli estaba tan puesta que casi ni la reconoce. Se ponen a bailar, a darlo todo, pim pan, pim pan, y va la cerda y le suelta:

- Joder tronca, me estoy meando a chorros, pero por no aguantar la cola de farloperas del baño, creo que me lo voy a hacer encima...

Y la tía va y se mea. Y ni se inmuta, que sigue bailando como si tal cosa, ahí encima de su charquito, la cerda. La Vane dice que salió por patas, porque la dio un asco que casi la pota encima. Aunque vete tú a saber, porque yo a la Vane la quiero mucho, pero también es una peliculera que te cagas.

Que si conozco a la Yoli... ¡Ya te digo! En Aluche la llaman Imán de broncas, que según entra en un garito, empieza a buscar carnaza a ver con quien puede tontear, pa que la pille el Richi y se líe gorda. Claro que a veces a la que se la pueden liar es a ella. Una vez, me contó la Devo, mi vecina de arriba, que también venía con nosotras de cani, que empezó a rebozarse en Kapital con un maromo tocho, así tipo armario de dos puertas, de esos con la cara cuadrá y la mandíbula pa fuera, con una pinta de empotrar que te cagas... Con tan mala suerte que tenía novia y la piba estaba casi más tocha que el tío. Unos brazacos como mis piernas, casi no tenía ni tetas que era to músculo la monstrenca. ¡Buá! Ahí le faltaron pies pa correr, ni Richi, ni leches. Salió escopetá, que yo creo que esa vez sí que debió mearse encima. ¡Qué risa chaval, cuando me lo contaban!

Además de siempre ha sido mu escandalosa, siempre hablando a gritos, que parece que to´l mundo se tiene que enterar de sus conversaciones. Y to´l el día hablando de sexo, y de cómo la tiene este, de lo que me hace aquel, que si me voy a tirar a tu primo que está mu bueno... ¡Qué basta la tía! La verdad es que era divertido ver cómo nos miraban las marujas que iban a la compra, to escandalizás las viejas. Y la Yoli las montaba un pollo por cotillas, que yo me partía la caja...

Mira, pa que veas que yo soy de ley, y que la conozco a fondo, te voy a decir que la Yoli era una máquina haciendo ganchillo. Le enseñó su abuela de pequeña y tenía unas manos que te hacía lo que quisieras en ganchillo. Se cogía las agujas, se ponía, pim, pim, pim y en un plis plas lo tenía. Unos patucos, un tapete, una mantelería,  un bikini, una funda para el papel higiénico, lo que la pidieras. Qué máquina qu'era con las agujitas la tía...

Bueno y hacía unos collages para forrar carpetas, que te cagas. Se ponía a recortar revistas, la Bravo, la Loka y toas estas, y en un pliqui te hacía una composición con tos los tíos buenos que quisieras. Madre mía chaval, la de carpetas que tendré yo por ahí forrás por la Yoli. Sí, sí, no me mires así, que es un recuerdo bonito, que aunque ahora no nos hablemos yo no voy a tirar nuestras cosas a la basura, que tú sabes que yo soy Cancer y soy mu sentimental... Y si no hubiera sido por el Richi... Si no se nos hubiera cruzao...

Mira, te voy a decir una cosa, que si lo cuentas por ahí te crujo y diré que no lo he dicho... La verdad es que en el fondo, echo de menos a la Yoli.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Un hombre con un paraguas...


Un hombre con un paraguas espera inmóvil bajo la lluvia. La gente que pasa no le presta atención, sumidos en sus pensamientos lejanos, sus planes de aventura o sus recetas para el día a día. El resto de paraguas abiertos ayudan a no mirar lo que ocurre al rededor, sumado a que cuando llueve, las ciudades se aceleran. Tanto se aceleran, que la gente corre mucho, resbala y cae. Las carreteras se atascan, los metros se paran y hasta en ocasiones se va la luz. Sin embargo hoy, un hombre con un paraguas espera inmóvil bajo la lluvia.

¿Qué le ocurre? ¿A quién aguarda? ¿Acaso inventa lo que alguien con un paraguas piensa? 

Quizá recuerde su tierna infancia. Aquellos padres encantadores que se desvivieron para darle una vida alegre, lo mejor en cada momento y agradables recuerdos de niño. Sus desvergonzados hermanos que tanto le espabilaron con cuentos, historias de miedo, aventuras de pueblo o aguadillas de piscina. Sus abuelos y las cosquillas, sus tíos y las excursiones, sus primos y el secreto de quién son los Reyes o los hamsters rubios que sin querer un día se aplastaron en un libro. Quizá esto último es lo que ahora le hace esbozar una sonrisa.

Puede que espere a quien tanto quiere. Esa persona que un día de lluvia, hace ya mucho tiempo, se fijó en él a través de los paraguas abiertos y las prisas húmedas de la ciudad. Ese ser que con paciencia y sonrisas se abrió paso entre sus capas invisibles, las que un día tejió para defenderse de los desconocidos y no mojarse. Tal vez espera a quien ama sobre todas las cosas, el que cada batalla afronta con una sonrisa, la que abraza las alegrías para que no se vayan y duren más, quien llegó por sorpresa y sin desearlo, para con el tiempo ser la piedra angular de su vida. Será por eso que coge aire y respira hondo, para después mirar su reloj.

Desvía la mirada y observa el cielo. Sus ojos buscan entre las nubes, como el anciano busca entre los trastos ancestrales de su viejo baúl. Piensa en lo que pudo y no fue, lo que dejó atrás y no hizo, el tren que vio pasar, el beso que no dio, la palabra que no dijo, la flecha que no lanzó y que ya, por suerte o por desgracia, no volverá atrás. Cómo habría cambiado su vida... Cómo habrían cambiado las de los demás... De no haber sido así no sería este hombre con un paraguas inmóvil bajo la lluvia. De nuevo sonríe, pero esta vez sus ojos se empañan. 

Entonces mira el paraguas. Tranquilo. Sereno. La mano que descansaba en el bolsillo se pone en marcha, y entre ella y su hermana lo cierran. Justo en el momento en que la lluvia comienza a caer sobre él, sus ojos quiebran y las lágrimas se derraman por sus carrillos. Pero nadie lo ve, ahora es la aguacero el que le tapa. Rompe su estado de quietud y comienza a caminar calle abajo, dejando que el agua de la tormenta lo empape, permitiéndose que la tormenta de su interior lo inunde, porque en medio de la ciudad nadie le ve, pues se refugia en la multitud de paraguas abiertos y de gente que corre, resbala y cae.

jueves, 4 de octubre de 2012

Sobre el objeto que me representa

Lo primero, perdón por la tardanza (si es que alguien estaba a la espera). 

Para remediar estos lapsos sin escribir y que alguien me ayude a refinar mi estilo y el modo en que lo hago (aunque sea obligado, porque le pago), he comenzado un taller de escritura creativa en Fuentetaja, y como no podía ser de otra manera, nos han pedido como primer trabajo que escribamos.


Nos han instado a que hablemos sobre ese objeto que nos identifica. Hay quien pensará que claramente aquello con lo que se me puede relacionar son las chapas y los broches, ya que soy un fan absoluto de estos complementos, y poseo cajas y cajas llenas de adornos de este tipo. Tanto me gustan que los que hay en el mercado no me satisfacen y llego a hacerlos yo mismo con diversos materiales y objetos (fieltro, lana, cremalleras, muñecos de LEGO, muñecos Playmobil...). Pero aún así, no creo que este sea el objeto que me identifica.

Aquellos que me han conocido recientemente, pueden concluir sin lugar a dudas que lo que me representa  es mi móvil. Es verdad, estoy loco con mi cacharrito. Si no es una aplicación es otra. Ya sea de fotos y filtros, juegos, creación de melodías, redes sociales o medios de información, cualquiera es válida para hacer que me desconecte del entorno y me aísle por un rato... O unas horas... O bueno, vale, una tarde completa. Pero sé que es pasajero. Las nuevas tecnologías avanzarán y el móvil quedará a un lado, destronado por cualquier otro "cacharrito".

Sólo aquellos que me conocen a través del tiempo, el espacio y las modas, son capaces de conocer el objeto que ha perdurado, el que ha estado conmigo y del que no me despego en ninguna época del año, pues lo busco en distintas texturas, colores y tamaños, para que me guarde y proteja, incluso en las frescas noches tarifeñas. Aunque no puedo negar, que es en invierno cuando no me separo de ella, salvo para dormir.

Para que entendáis mi amor por esta prenda, y mi grado de identificación, tengo que remontarme a mi tierna infancia, pues es ahí donde se gestan muchas de nuestras manías, gustos y aversiones.
Cuando era pequeño, vivía con mis padres en Fuenlabrada, pero como mi madre trabajaba en Madrid, decidió que donde tenía que estudiar era en la Capital, cerquita de ella, por lo que pudiera pasar. Esta es la excusa oficial, pero yo que llevo treinta y dos años viviéndola y queriéndola muchísimo, y sabiendo que es un pelín clasista, intuyo que el motivo real era que prefería que su hijo acudiese a clase con los hijos de los abogados, médicos y arquitectos del barrio de Chamberí, que con los de los parquesistas, fontaneros y pintores de Fuenlabrada. Ya ves tú, ella que es cocinera en una casa...
Vivir en el extrarradio y estudiar en el centro, suponía viajar, madrugar, correr para coger el tren y pasar mucho frío por la mañana. Lo de viajar, no me importaba, era casi una aventura diaria, de la que podría hablar otro día. Madrugar tampoco, no había conocido otra cosa, así que madrugaba hasta los fines de semana. Correr para coger el tren era parte de la aventura. Pero con el frío, llegaba el horror: El Buzo de Lana.
Lo tenía en dos colores azul marino y verde militar, que en cuestión de uniformes de colegio religioso es lo que se llevaba en los ochenta. Y no podría decir cual me gustaba menos. Incluso me atrevo a afirmar, que no se por cual de los dos sentía más odio. En primer lugar, despeinaban, no sólo cuando te lo ponían, que notabas cómo el pelo se aplastaba contra tu frente, sino que también lo hacían cuando te lo quitabas al llegar al cole. Lo bueno es que nadie se reía de aquello, porque todos estábamos igual de destartalados en términos de peluquería (todos llevábamos buzo de lana...). Y en segundo lugar, picaba mucho. Era algo insoportable que te obligaba a rascarte sin parar, y cuando te lo habías quitado, como se te había irritado el cuero cabelludo te seguía picando y te seguías rascando, que hacía que cuando te lo volvían a poner te picase más... Y así sucesivamente hasta el infinito.

Así fue cómo, con estas experiencias previas, mi madre un día se deshizo de los buzos y llegó a mi vida LA BUFANDA. De nuevo, llegaron dos a la vez, como podéis imaginar en azul marino y en verde militar, que en cuestión de uniformes de colegio religioso ya se sabe. Suaves las dos, acariciaban mi cara con su tierna lana, abrigaban mi cuello, mis orejas y como novedad, tapaban mi nariz y mi boca, lo que hacía que el aire fuese más cálido y no doliese al entrar por  mis fosas nasales y pasar por mi garganta. Que la bufanda tapase estas partes de mi cara, añadía una experiencia nueva, ya que me permitía oler, a lo largo de toda mi aventura matutina, la colonia Nenuco que mi madre  apresuradamente me había rociado. "Vamos, la colonia rapidito que llegamos tarde al tren, Jacobo". Qué frescura de olor... Ya daba igual el frío, las carreras o los trenes... Y lo mejor de todo... Ni despeinaba, ni picaba...

Aquí comenzó mi andadura con las bufandas (o prendas que se ponen en el cuello). Las he tenido cortas, largas, gruesas, finas, estrechas; de un solo color, de dos colores alternos o infinidad de ellos; con dibujo, lisas, a rayas; de punto estrecho o punto ancho; incluso tengo una que es un gorro largo, largo, muy largo, que se abraza impúdica a mi cuello. Para verano, la bufanda se convierte en pañuelo, como le ocurre a la mariposa, y aunque penséis que estas prendas no tienen nada que ver, para mí sigue siendo mi prenda, lo que me sigue y complementa, protegiendo, he de confesar, mi punto débil: la garganta.

En los años noventa tuve un "affaire" con la prenda que se denomina braga. Todo el mundo tenía una. Más corta, se podía podía guardar en un bolsillo, se cerraba con un cordón ajustándose a tu cuello... Pero algo fallaba, más o menos era lo mismo... pero no. Y entonces me di cuenta. ¿Dónde quedaba la elegancia de un buen nudo? ¿Dónde la exquisitez amorosa del brazo de la bufanda atrapando cálidamente un cuello? Entiendo que aquellos que tengan que hacer deporte de montaña, deban priorizar tamaño, espacio y peso, pero no es mi caso, aún no se me ha perdido nada en el Everest o el Himalaya.

Eso sí, no soy radical y cuando no son necesarias las dejo descansar, porque un exceso de mimo y protección puede ser perjudicial y creo que hay una línea muy fina entre gusto y adicción. Así comprenderéis que en ocasiones no vaya acompañado de alguna de mis queridísimas BUFANDAS.