miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿Por qué los llamo orcos cuando quiero decir...?

Llevo ya unas cuantas entradas en las que hago mención a mi trabajo y a los protagonistas del mismo, y quizá dé la sensación de que los entrenadores de orcos somos unos seres odiosos, asqueados de lo que hacemos, que no pueden ver a los niños.

Bueno, os voy a contar mi vida. Tengo una madre a la que le encantan los infantes y se le da de rechupete el trato y manejo de los mismos. Por suerte o por desgracia, mi hermana y yo hemos heredado dicho don, por lo que nos es muy sencillo relacionarnos con los niños, y comprender fácilmente que les pasa por la cabeza. Debido a esto, sería de tontos por parte de la Sra. Otis (apodo que decido en este instante poner a mi hermana) y mía no dedicarnos a la educación de las futuras generaciones en los primeros años de edad (ella de 0 a 3, yo de 3 a 6). Hasta aquí todo bien. 

Pero, ¿qué pasa si tampoco es que te encanten? Cuando iba a la facultad, recuerdo a mis compañeras todas encantadas de ir a clase, con sus carpetas forradas de bebés, recortados de revistas de pre-mamá, mientras mi grupo de compañeras y yo nos saltábamos algunas clases y jugábamos al mús como todo universitario que se precie. De hecho, íbamos a jugar al mús a la cafetería de Magisterio de Educación Física, porque tenía piscina cubierta y podíamos intercalar cuerpazos nadadores (que esos sí que eran para tenerlos en las carpetas) con órdagos y envites. Fue en este momento cuando mi vocación por la educación comenzó a tambalearse.

Después llegó mi época como monitor, en la que me gustaba organizar los campamentos, preparar juegos, crear dinámicas, era un experto en canciones y animación de actividades nocturnas... Ahora, lo que de verdad me gustaba era el ratito que teníamos los monitores para nostros por las noches, después de las evaluaciones, conociendo a gente nueva, haciendo un poco el cabra... De nuevo las dudas existenciales acerca de lo que estaba estudiando y en lo que se suponía que quería invertir, al menos, parte de mi vida.

Y después llegó el colegio. Programaciones, evaluaciones, actividades, claustros (aunque en nuestro centro son un poco vaguetes y sólo hacen uno o dos al año), a la vez que en verano coordinaba campamentos. Recuerdo que en una visita para llevar material a uno de mis grupos de monitores, en mitad de una conversación acerca de los niños, dije algo así como...

- Pues a mí, cuanto más trabajo con peques, menos me gustan y menos ganas tengo de ser padre.

¡Alanis mía! Todos se apartaron de mi lado dejando espacio, como si hubiese confesado tener la peor de las enfermedades víricas más fáciles de contagiar. Y después, silencio incómodo... toses... y poco a poco fueron desapareciendo de la sala, dejándome solo colocando el material.
Quizá ellos no lo entendieron, y no quisieron indagar por si les envenenaba con mi "Hechizo Herodes", pero es un trabajo muy cansado, y cuando sales, seguir tratando con niños cada vez me apetece menos. Llegar a un restaurante y que en la mesa de al lado haya unos niños jugando, o gritando, o llorando, o tirándose cosas entre ellos, cuando te pasas el día en el COLE con 21 orquitos jugando, gritando, llorando y tirándose cosas entre ellos, la verdad que no. Seguro que a los ginecólogos y los urólogos les pasa lo mismo cuando les dicen de ir a una playa nudista, y no por eso les harán corrillo y les dejarán solos colocando sus cachivaches de reconocimiento.

Poco a poco y con la experiencia, me he dado cuenta de que estoy en el camino correcto. Lo que a mí me gusta en realidad no son los niños, sino la EDUCACIÓN. Y esto creo que es algo fundamental. Los infantes están creciendo y sorprende la cantidad de estrategias que utilizan para desarrollarse y conseguir sus objetivos. Prueban con una y si no funciona buscan otra. Por norma general, e imagino que está en nuestra naturaleza inicial de orco, las primeras estrategias suelen ser violentas, retorcidas e impactantes y si no eres frío y te mantienes al margen de lo mucho que te puedan gustar o no los peques, si no fijas tu objetivo en la EDUCACIÓN, los alevines pueden llegar a dominarte y hacerte la vida imposible. Suena fuerte, pero es cierto, y no es bueno para nosotros, ni para sus Pokemon, ni para la sociedad actual o futura. Porque nuestra función no es que nos gusten los niños, sólo, sino educarles para que dejen de ser orcos y empiecen a ser personas (Que algún maestro no se percató de esto y mira en lo que se ha convertido Mariano Rajoy, todo un Uruk Hai).

Aun así, hablando con mi compañera en la doma del orco, Argominable, hay trabajos mucho peores y que desde luego no nos gustaría tener que hacer, porque en éste cantamos, pensamos, nos escuchamos, nos reímos, vemos como van creciendo los renacuajos, inventamos, nos hacen dibujos, nos dan besos espontáneos y por sorpresa, actuamos, creamos, contamos cuentos, nos gastamos bromas y recibimos piropos tan bonitos como: ¡Eres tan divertido como un parque de atracciones!
Por todo esto y más, trabajar con orcos me gusta... Aunque a veces haga ver que no... ¡Y juraré no haber dicho esto!

Y recordad siempre, que el melón por la noche mata.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Sí, soy del grupo de los feos.

Llevo unos días que la apatía me inunda, me envuelve, se apodera de mí y me impide hacer nada. Sospecho que se debe a que llegan las navidades, y con ellas las evaluaciones del primer trimestre, que sinceramente son un coñazo (muchas horas, trabajo para casa y mucha redacción académica). Así que si alguien nota que este post tiene poca sustancia, no se lo tengáis en cuenta a mis apáticas neuronas, están cogiendo fuerzas para lo que está a punto de comenzar.

Yo tenía un amigo, que vivía en la periferia de Madrid, y durante su infancia, adolescencia e inicio de la vida adulta, sólo se acercó al centro en ocasiones señaladas y para salir de noche. De pronto un día decidió hacer unas oposiciones para incorporarse a una empresa de limpieza de jardines y mantenimiento de parques (o algo así creo que era), con la suerte de que le cogieron. La pega era que debía madrugar y trabajar en el Centro. Tras varios meses de trabajo me dijo:

- ¿Sabes, Sr Ombligo, de lo que me he dado cuenta? Que la gente que va en el transporte público es muy fea.

Por la parte que me toca, estuve barajando la idea de darme la vuelta y no volver a hablarle en la vida, pero debo reconocer que este chico era aficionado a las sustancias alucinógenas, y no quise tomárselo en cuenta (Animalito...) Pero desde ese día me he ido fijando en este hecho y... Qué podría decir... 

Sin embargo, esta semana tuvo lugar un acontecimiento que me ha hecho ver esto de otra manera.

Al salir del Centro de Entrenamiento Cognitivo para el Desarrollo de Orcos en Vías de Crecimiento, o como todo el mundo lo llama COLE (ya se que no se corresponden las siglas, pero no siempre se corresponden, que mira que somos meticulosos... Ya he dicho que mis neuronas están de vacaciones), iba al metro con mi compañera, la Tole, donde a lo lejos divisamos en el andén a una pequeña orquita con su pokemon. Una vez cerrado el chiringuito, por norma general, a los profes nos suele dar bastante pereza cruzarnos con algo que tenga que ver con el trabajo, sobre todo en lo referente al trato con pokemon, así que nos hicimos los "longuis" (¡Qué termino más desactualizado!) y como el que no quiere la cosa nos fuimos a la parte delantera.
Relacionarnos con los susodichos nos da pereza, pero observarlos en las distancia y criticarlos un poco... pues no, para qué negarlo, y como ahora los metros van seguidos y se ve todo desde cualquier punto, pues nos pusimos al tajo. Curiosamente, me vino a la memoria la observación de mi amigo y me fijé un poco en las personas con las que compartía el espacio móvil subterráneo, y pensé: La gente no es fea, lo que pasa es que va descuidada, cansada y harta, pero ya está.

Y entonces, rompiendo mi estado de divagación y mi actividad crítica gratuita con la Tole, mezclado con la masa que subía al metro en la parada, apareció un dios.
Mediana estatura. Pelo moreno con canas, peinado en una cresta, pero sin llegar a ser moderno. Piel morena y barba de tres días. Ojos color miel, nariz recta, boca media y labios finos. Camisa a medio desabrochar, enseñando pectoral y vello (pero el justito), con las mangas remangadas hasta el codo enseñando un antebrazo marcado... Y lo que más me sorprendía, y quizá lo que más me atraía a mirarle, era su expresión de sentirse perdido y desprotegido (como cuando has comido melón por la noche y piensas que quizá te mate). Quizá, con la descripción que acabo de hacer, se pueda pensar: "Bueno, tampoco es para tanto, no es mi tipo". ¡Error! Todo el vagón le observaba. De hecho, Tole y yo nos miramos sobresaltados para descubrir que nuestras pupilas estaban dilatadas de puro asombro.

Entonces en medio de aquel éxtasis colectivo, el hombre me mira fijamente... Noté cómo me crecían dos coletas y un flequillo, en mis dientes brotaba un corrector, mis gafas se volvían de culo de botella y un grano palpitaba en mi nariz de repente. Me faltó sonreír cual Betty, la fea, tras una carpeta llena de pegatinas de los chicos de Sensación de Vivir. Ante aquella mirada, me sentí adolescente patizambo de nuevo. ¡Qué horror!

Y entonces lo vi claro, mi amigo tenía razón. Aquel Adonis no estaba acostumbrado a montar en metro y ante el panorama estaba asustado, viendo cómo podría ser que el transporte público estuviese plagado de tanta gente fea, entre los que por desgracia debo incluirme. 

Sin embargo, prefiero ser de este grupo. Me encanta haber tenido que luchar con macarras de piernas abiertas, para ganar algo de espacio en mi asiento, pues ahora mis piernas son más fuertes; haber contenido la respiración durante un trayecto entre paradas, porque el señor que está agarrado a la barra del techo huele a sudor que tira para atrás, pues ahora mis pulmones son más resistentes y mi pituitaria es a prueba de bombas; haber sido capaz de arrebatarle el sitio a una vieja carroñera de asientos en pleno  ataque, pues ahora soy más veloz. Sí soy del grupo de los feos pero, ¿no dicen que si hay una guerra nuclear las que resistirán son las cucarachas? ¿Acaso son los animales más hermosos de la naturaleza? Son los mejor adaptados. Yo no quiero una cara de espanto en el transporte público, quiero experiencias que me hagan más fuerte, y sin lugar a dudas, el metro es una.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Tarde del Sábado en la Casa de la Colina

El fin de semana, quedé a comer con Beqad, Amanita Phaloide, y por supuesto, el Sr. Rilova. La comida deliciosa, todo a cargo del Chef Rilova, pero una vez terminada y tras comenzar a servir los G&T... Nos encontramos encerrados en una horrible mansión en una colina, en un largo pasillo, como de tres habitaciones, con puertas a los lados y con unas escaleras al fondo que subían a una planta superior.

¡¡Pero esto no es lo mejor de todo!! Al mirar a mi lado, Amanita vestía un traje de niña con un lazo enorme de color azul a la espalda, en una mano llevaba un oso de peluche y en la otra unos globos de cumpleaños, y su pelo ahora era una larga melena con tirabuzones rubios, y en lo alto... ¡¡Nooo!! ¡¡Un sombrerito a modo de tocado!!
La cosa no acaba aquí, pues a su lado Beqad vestía un sobrio traje de cura, su cara se había envejecido, había perdido pelo y lucía unas finas gafas redondas, tipo John Lennon. ¡Pobrecita! Lo del pelo, vaya que vaya, pero lo de las gafas... A mí me parece una putada.
Al contrario, Rilova había crecido un par de palmos, ahora su pelo era rubio y... ¡¡Estaba tremendo!! ¡Qué músculos, qué piernacas, qué mandíbula marcadísima! ¡Estaba ternesco!

- ¡Que no me entere guapa, que ese culito pasa hambre! - Me dijo. Claro, tras aquella extraña transformación había perdido algo de cerebro... ¿Guapa, yo? Me empecé a partir de risa ante aquella situación. ¡Menuda pinta que tenían todos!!

- ¿Pero tú te has visto? - Me dijo Amanita.

Me giré y me miré en un espejo... ¡¡Aaaaaaaahh!! ¡¡Era una hippy!! Con el pelo largo, una cinta setentera, tipo Jane Fonda, un chaleco, una camisa suelta, una falda larguísima, sin braguitas y... ¡¡No, no puede ser!! ¡¡Unas sandalias y una tobillera de cascabeles!! ¡¡Qué hortera!! Y lo peor de todo era, que no había perdido mi figura, así que era una travesti carterista en Woodstock, con mis partes colgando. ¡Qué incómodo, por favor!

- Voy a mirar al piso de arriba, aquí no me quedo - dijo Amanita. Salió corriendo, subió las escaleras y se la oyó gritar -. ¡¡Chicos, debe ser una mansión de unos ricos, porque aquí hay un colgante con un pedrusco considerable!! ¡¡Así que buscad por las habitaciones a ver que nos podemos llevar!! ¡¡De esta nos sacamos una pasta!!

- Yo voy por aquí - dijo Be, yéndose hacia la izquierda. La escuchamos abrir un par de puertas y enseguida unos golpes y un grito largo-. ¡¡Mierrrda!! Me he caído... ¡¡Sobre unas escaleras!! ¡¡Ay!! ¡¡Me he clavado los peldaños en los riñones!! ¡¡Primero lo del cura y ahora esto!! ¿¡Se puede tener peor suerte!? (... Silencio por parte de todos...) ¡¿Es que nadie va a venir a ayudarme?!

Javier se metió por la puerta de la derecha, imagino que para ayudarla, y ya no oí nada más. Así que me fui hacia otra de las puertas de la izquierda.
Tras la puerta una habitación quemada, todo hecho un asco, lleno de ceniza y hollín. Y como el que no quiere la cosa, un anillo resplandeciente e impoluto sobre una silla carbonizada. ¡Qué cosa más rara!
Seguimos avanzando y llego a una cocina donde me voy a encontrar uno de los platos fuertes de la noche: una rata muerta más grande que un gato. ¡¡Qué ascazo, por favor!! Claro que junto a ella hay un tablero de güija... Sin dudarlo, me acerco a cogerlo, que con lo rara que está resultando la tarde seguro que la rata huele flores.
En ese preciso instante, una niebla comienza a subir entre los tablones, y empieza a subir un biruji desde el suelo. Y yo con sandalias y falda... ¡¡Y sin braguitas!! ¡Ala, todo bien ventilado! ¡Sin miedo al resfriado, claro que sí!!
En eso que se oye una voz cavernosa que dice algo, pero para ser sinceros no la entendí muy bien. Debía ser fallo de la megafonía de la casa, que junto a la humedad y el frío, no favorecía nada la acústica. En ese instante, sentí un vahído y al volver en mí, estaba en unas escaleras que iban hacia abajo, con un agujero en una de las paredes. Me miro el cuerpo y... ¡¡Ahora soy el cura!! ¡Qué putada! ¡Menuda alopecia! Bueno, por lo menos con el frío que ha empezado a hacer, ya no se me congelan los bajos.

- ¡¿Hay alguien ahí?! - grito.
- Sí aquí, en la siguiente habitación -. Es Sr Rilova.
- ¿Tú no habías ido a ayudar a Be cuando se cayó?
- ¡Qué va! He pasado por su lado, pero no la he hecho ni caso... ¡Y eso que me suplicaba ayuda! De hecho, creo que por esquivarla, he pisado mal y le he espachurrado la mano - No puedo con este chico, que afán de competitividad -. ¿Has oído lo que ha dicho la voz?
- No, es que no lo entendía muy bien.
- ¡¡Yo sí!!- grita Amanita desde lo alto.
- ¡¡Pues entonces baja aquí, y empieza a invocar al fantasma, mientras yo busco la Cripta por el sótano y Sr Ombligo el cementerio por la planta baja!!

¿Qué? ¡Esta gente está loca! ¿Invocar un fantasma? ¿Buscar un cementerio? ¡¿Y una cripta?! ¡¡¿¿EN UNA CASA??!!
Amanita pasa junto a mí y se dirige hacia abajo por las escaleras, y cuando lo hace me hace un gesto, como de: "¡Pero vamos! ¡Que no tenemos todo el día!"


Les hago caso, porque... ¿Qué hago aquí parado si no? Vuelvo al descansillo, entro por una puerta y encuentro un salón de baile, con otra rata muerta. ¡Lo mismo es con lo que decoraban esta gente las habitaciones! Sigo para alante y entro en una habitación con una piel de oso tendida en el suelo. "¡Venga! ¡Arriba el mal gusto!" pero a pesar de todo, en esta habitación, hay algo que me hace sentir bien. Tengo la sensación de que si tuviese que pelearme aquí con alguien, a vida o muerte, tendría cierta ventaja... ¿Y por qué me iba yo a pelear aquí con alguien, a vida o muerte? ¡Alanis mía, esta alucinación se está apoderando de mí!

Sigo para alante y llego a un jardín. ¿Un jardín? ¿Aquí en medio? El arquitecto que hizo esto sí que tiene mérito y no Ricardo Bofill. Del suelo empieza a salir sangre y el rocío de las flores es rojo. Sí amiguitos, en este punto de la historio el asco se adueña de mí y vomito. De hecho, vomito en plan aspersor, como si fuese mi mejor defensa. Y efectivamente lo es, pues el asqueroso líquido tapa la sangre, que puestos a cosas asquerosas, prefiero las mías.
Sigo para alante, con el estómago un poco revuelto. Un habitación normalita, esta vez nada muerto. Un Pasillo bastante estrecho y... ¡¡No me lo podía creer!! ¡¡El cementerio!! ¡¡No cabía en mí de gozo!!

De pronto una voz: "Enterraaaadme... Por favoooor... Enterraaaadme..." Vuelvo para atrás para decirles a mis compañeros donde está el cementerio y veo cómo Amanita viene corriendo hacia mí,  ¡¡con un cadaver a la espalda!! Visto esto, creo que lo he visto todo.

- Toma. Llévalo tú un rato.

¡¡Porrrfavorrr!! ¡Qué asco me está dando todo esto! ¡Lo que pesaba, lo mal que olía y lo que se parecía a la directora de mi centro! ¡Qué grima! Esto es lo que le pasa a la gente que come melón por la noche, seguro.

A lo lejos, oigo golpes, como si se estuviese peleando alguien, y oigo a Be:

- ¡¡Pero cómo os estoy odiando!! ¡¡Cómo podéis tener tanta suerte!!

Prefiero no preguntar, echo a correr con Amanita, para quitarme el muerto de encima (en este caso literalmente) cuanto antes. Por fin llegamos al cementerio y ante nostros encontramos una tumba excavada, que yo juraría que antes no estaba, pero mira, yo ya no quiero cuestionar nada. Echamos el muerto al hoyo y lo enterramos. Amanita y yo nos abrazamos y oímos un "Aaahhaaa", como de relax, cuando te acabas de meter en la bañera con el agua llena de espuma a la temperatura exacta, por no poner más ejemplos...

Y así es como pasamos la tarde mis amigos y yo, jugando a "Betrayal at house on the hill", un juego que al principio parece muy pesado por la cantidad de normas que tienes que ir descifrando, pero que cuando le coges el ritmo se vuelve de lo más emocionante e interesante. Toda una divertidísima aventura, para una tarde de Sábado.