miércoles, 17 de octubre de 2012

Un hombre con un paraguas...


Un hombre con un paraguas espera inmóvil bajo la lluvia. La gente que pasa no le presta atención, sumidos en sus pensamientos lejanos, sus planes de aventura o sus recetas para el día a día. El resto de paraguas abiertos ayudan a no mirar lo que ocurre al rededor, sumado a que cuando llueve, las ciudades se aceleran. Tanto se aceleran, que la gente corre mucho, resbala y cae. Las carreteras se atascan, los metros se paran y hasta en ocasiones se va la luz. Sin embargo hoy, un hombre con un paraguas espera inmóvil bajo la lluvia.

¿Qué le ocurre? ¿A quién aguarda? ¿Acaso inventa lo que alguien con un paraguas piensa? 

Quizá recuerde su tierna infancia. Aquellos padres encantadores que se desvivieron para darle una vida alegre, lo mejor en cada momento y agradables recuerdos de niño. Sus desvergonzados hermanos que tanto le espabilaron con cuentos, historias de miedo, aventuras de pueblo o aguadillas de piscina. Sus abuelos y las cosquillas, sus tíos y las excursiones, sus primos y el secreto de quién son los Reyes o los hamsters rubios que sin querer un día se aplastaron en un libro. Quizá esto último es lo que ahora le hace esbozar una sonrisa.

Puede que espere a quien tanto quiere. Esa persona que un día de lluvia, hace ya mucho tiempo, se fijó en él a través de los paraguas abiertos y las prisas húmedas de la ciudad. Ese ser que con paciencia y sonrisas se abrió paso entre sus capas invisibles, las que un día tejió para defenderse de los desconocidos y no mojarse. Tal vez espera a quien ama sobre todas las cosas, el que cada batalla afronta con una sonrisa, la que abraza las alegrías para que no se vayan y duren más, quien llegó por sorpresa y sin desearlo, para con el tiempo ser la piedra angular de su vida. Será por eso que coge aire y respira hondo, para después mirar su reloj.

Desvía la mirada y observa el cielo. Sus ojos buscan entre las nubes, como el anciano busca entre los trastos ancestrales de su viejo baúl. Piensa en lo que pudo y no fue, lo que dejó atrás y no hizo, el tren que vio pasar, el beso que no dio, la palabra que no dijo, la flecha que no lanzó y que ya, por suerte o por desgracia, no volverá atrás. Cómo habría cambiado su vida... Cómo habrían cambiado las de los demás... De no haber sido así no sería este hombre con un paraguas inmóvil bajo la lluvia. De nuevo sonríe, pero esta vez sus ojos se empañan. 

Entonces mira el paraguas. Tranquilo. Sereno. La mano que descansaba en el bolsillo se pone en marcha, y entre ella y su hermana lo cierran. Justo en el momento en que la lluvia comienza a caer sobre él, sus ojos quiebran y las lágrimas se derraman por sus carrillos. Pero nadie lo ve, ahora es la aguacero el que le tapa. Rompe su estado de quietud y comienza a caminar calle abajo, dejando que el agua de la tormenta lo empape, permitiéndose que la tormenta de su interior lo inunde, porque en medio de la ciudad nadie le ve, pues se refugia en la multitud de paraguas abiertos y de gente que corre, resbala y cae.

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